Frou Frou – Bertini Film 1918

"Frou-Frou" Bertini Film edición Caesar Film 1918
“Frou-Frou” Bertini Film edición Caesar Film 1918

Barcelona, Agosto 1918. Se pasó de prueba en el teatro Eldorado la película Frou-Frou, primera de la marca Bertini — edición Caesar — interpretada por la célebre artista italiana Francesca Bertini, magníficamente acompañada por Gustavo Serena, Cia Fornaroli y Guido Trento.
Toda la suntuosidad y buen gusto que sabe poner la Caesar en sus producciones se manifiestan de nuevo en ésta última, sirviendo de marco a la labor prodigiosa de la Bertini, que cada día nos sorprende con un nuevo y acabado alarde de dominio escénico.
Frou Frou es una cinta de precioso argumento, basado en la homónima comedia di Meilhac y Halévy, y maravillosos efectos realzados por una interpretación irreprochable, que gustará muchísimo.

FRANCESCA BERTINI

¿Quién es esta mujer, cuya figura es ya una obsesión de nuestros ojos?

Es más que una mujer una encarnación del dolor de su época, porque siempre il mito y la leyenda encarnaron el dolor en figuras de mujer. La Bertini es una mujer que sufre mucho, que sufre con exceso, que se cae bajo el peso del sufrimiento. Se nos hace más conmovedora porque sufre con un rostro tan delicado, tan suave, de tan puro perfil dramático que el dolor se ceba en su belleza.

Verdaderamente el rostro de la Bertini sabe revelar el dolor más distinguido, de más puros rasgos, y, contemplándolo, se piensa con miedo en la voluptuosidad de las multitudes al verla sufrir como deshaciéndose bajo una caricia áspera que la besa atormentándola y goza extasiándose de verla desfallecer, más bella en esas perezosas y lánguidas expresiones del dolor para las que ella se prepara tanto, vistiendo trajes negros, que sientan bien a su figura doliente, y para los que agudiza sus escotes; como si sus escotes hicieran más seductor el sufrimiento.

La Bertini, enervada por el dolor, es de una belleza que se comprende embriague a las multitudes. Se desea que resucite y vuelva a morir y que vuelva a resucitar. Es la mujer irresistible, inolvidable, detrás de la que correrán todos sin poder escapar a su hechizo de viuda joven empalidecida por el dolor y refinada por el misterio.

Francesca Bertini, sin embargo, no es esa sombra vaga y fantástica que parece. Es una mujer alegre, sonriente, que yo conocí cuando empezaba su carrera artística en Nápoles, donde se distinguía más por su belleza que por su arte. Los poetas italianos, perturbados por esa cosa ágil y cimbreante que hay en ella, la llamaban « madonnine diaboliche » y todos aspiraban un poco a morir por ella.

No se conocen de ella anécdotas portentosas, y se piensa que debiera estar mezclada en la vida real a los terribles y violentos dramas pasionales, a las sangrientas historias de las películas. Parece que deberían llegar a los mares Tirreno y Adriático los yates más espléndidos, trayendo a los grandes señores ansiosos de conocerla; y sin embargo, la Bertini está lejos de esto. Es una mujer sonriente, elegante, que en las ciudades italianas es como la encarnación de un mármol más pulido que otros mármoles, con esa delicada belleza italiana, con esos rasgos de ensueño que hay en casi todas sus mujeres. Mujeres que indudablemente han tenido una influencia importantísima en sus Leonardos y en sus Donatellos.

La Bertini tendrá anécdotas; pero las anécdotas de la Bertini serán alegres, pacíficas, porque su belleza y su buena fortuna aseguran su posición.

Hoy la Bertini trabaja incesantemente, la última carta suya que he recibido tiene algo de desaliento y deja ver en su rostro algo de ese vencimiento de dolor que hay en esos retratos que me dedica con una letra cuyos rasgos recuerdan los de Lyda Borelli, la otra bella mártir del dolor escénico.

Es que la Bertini necesita sostener la expresión de angustia en su rostro durante largas sesiones, que a veces duran todo el día y luego le queda el surco imborrable de ese dolor, imitado con tanta insistencia, y el cual no puede arrastrar consigo la vaselina con que de noche se quita el maquillaje del rostro.

Ella se ofrece en sus películas que es como si se ofreciese multiplicada, haciendo un esfuerzo imposible, para que se celebren funciones con cuyo importe se alivie la suerte de los heridos, de las viudas y de los huérfanos. Una de estas funciones, dada en Roma, ha tenido el interés de que asista a ella la Bertini en persona.

El público ha podido comprobar la realidad, ver el relieve y la vida de la mujer que se le presenta como algo irreal, como un enigma a la par próximo y lejano.

Ella, después de contemplar en la sombra de la sala su rara duplicidad, su desdoblamiento, de verse como ajena a sí misma, se ha visto aplaudida de modo delirante. Los periódicos dicen que la Bertini « saludó con lágrimas en los ojos » a ese público conmovedor, comprometido en la guerra, que acudía al llamamiento de la caridad, y que tal vez no aplaudía a la Bertini, sino a toda el alma que había dado en aquellas otras mujeres que vivían de su vida, desprendidas de ella en la progresión del cinematógrafo.

Colombine